miércoles, 27 de agosto de 2008

Crónica del Summercase 07 (el mejor)

La palabra “festival” provoca en mí una catarata de incontrolables sudores fríos, deseos de suicidio y furor asesino, especialmente desde el año 2005 en el que tuve la desgracia de concurrir al tristemente célebre Festimad, sí, aquel que se celebró en un vertedero cubierto de tierra y en el que System of a Down empezó a tocar con varias horas de retraso. Además, después de muchos años de peregrinar, cual musulmán a la Meca, a todos los festivales de metal acaecidos en la península –desde el desaparecido Rock Machina hasta el Viña Rock pasando por cosas tan exóticas como el Alhaurín Rock Festival- , estaba hasta las narices de camping, costrosos, borrachos, empujones, agobio, polvaredas y repugnantes módulos de aseo. Después del fiasco del Festimad me juré a mí misma no volver a pisar nunca jamás ninguno de estos diabólicos eventos, promesa que conseguí mantener hasta que vi el cartel del Summercase del año pasado. Y es que la cosa pintaba bastante bien. Había una ecuación de [Popas (poperos pacíficos) + Arcade Fire – camping] que daba como resultado un acontecimiento presumiblemente molón. Además, para evitar el efecto saturación tan propio de estas cosas, sólo compré entrada para el sábado 14 (salvando a The Gossip no había nada que me interesase el viernes). Nos peinamos el flequillo y nos pusimos nuestras camisetas de Superman y Transformers para camuflarnos entre los gafapastas y allá fuimos en fila indie, con la mochila cargada de bocadillos, botellas de Aquarius y chocolatines para no morirnos de hambre a las tres de la mañana como suele pasar. Interceptamos de milagro la actuación de unos tales The Hidden Cameras que no estaban nada mal y que parecían una extraña mezcla entre los franceses Louise Attaque con la voz de Michael Stipe. No es que viéramos mucho del concierto porque ya nos estábamos comiendo los bocadillos (los de las tres de la mañana) en un merendero habilitado para la ocasión. Mientras, podíamos disfrutar de la idílica visión de las manadas de Popas con peinados casco que iban y venían a su antojo por las instalaciones, completamente integrados con el hábitat.
Aunque nos hubiésemos dormido una siestica, había que amortizar la entrada, así que tiramos para uno de los escenarios –había tres- para ver a Lily Allen, una jovencísima cantante que fue lanzada por activa y por pasiva hace un par de años en el MySpace. Resultó ser una chica dicharachera, de agradable voz y repertorio que constaba, como suele pasar, de: canción divertida-canción aburrida-canción divertida-canción aburrida y así ad nauseam. La muchacha resultaba simpática, se comunicaba bien con el público y tenía un punto choni que la hacía muy cercana, lo mejor de su concierto, sin duda, la estupenda banda de reggae que llevaba consigo.

La Juani Allen


Durante la última canción nos desplazamos insidiosamente hacia la carpa donde la legendaria P.J.Harvey se disponía a tocar. Por desgracia, un concurrido rebaño de fans fatales ya habían tomado las posiciones para verle hasta la puntilla de la braga a la mítica narizotas, así que no hubo manera de colocarse estratégicamente, lo que al final resultó ser una ventaja, porque la amiga Polly perpetró un aburridísimo show acústico que debió encantar a los muy aficionados pero nos mató a todos los demás. Lo más reseñable del asunto fue el traje (¿de novia? ¿de comunión? ¿de guerra de Secesión?) que llevaba puesto y algún que otro rugido rockero. Lástima de escenario, debajo de una carpa asfixiante que no contribuía a disfrutar del asunto en condiciones.

El de los Flaming Lips tirando bolas

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