viernes, 14 de diciembre de 2007

Black Ships Ate the Sky - Current 93

Durante muchos años he padecido de insomnio, algo que quizás suene muy romántico pero que hablando en plata es un absoluto coñazo. Imagina que tienes que levantarte a las ocho de la mañana un día cualquiera para ir a trabajar o a clase: imagina estar toda la noche cambiando de postura en la cama a ver si suena la flauta y te duermes mejor del revés que del derecho. Imagínate un buen par de ojeras permamentes, pero no de las que te hacen parecer una muñeca de Tim Burton sino más bien una descendiente directa de Boris Karloff. Imagina estar mirando por la ventana durante horas, mientras que todo el mundo está durmiendo a pierna suelta y tú ahí, aburrida como una ostra en un concierto de Enya.
Sin embargo y gracias a la práctica asidua de esta nocturnidad involuntaria, he descubierto ese tipo de música que se escucha mejor a altas horas de la madrugada, porque existen canciones que son como los vampiros y se desintegran cuando llegan las luces del día. Brillan sobre un trasfondo negro y acompañan al silencio de manera que también se convierten un poco en el silencio.
Por fortuna, dejé el insomnio al mismo tiempo que la adolescencia y también las canciones de la madrugada, los libros leídos a media luz y los anuncios de Grandes Éxitos de los Ochenta que echaban a las cinco de la mañana y que me tenían fascinada. Abandone los hábitos nocturnos y empecé a escuchar grupos normales. Pero hace un par de días, me encontré con este señor de la foto y recordé el placer de escuchar otras músicas, otras canciones. Él es David Tibet, alma mater de Current 93, uno de esos artistas pretendidamente extravagantes que desde mediados de los 80, ha recorrido los caminos más inesperados. Devoto en sus inicios de Alistair Crowley, el célebre diabolista, sus textos están marcados por los temas ocultistas, los ciclos de la menstruación (¿?) y la religión. Su música al principio es densa y cacofónica pero pronto se encaminará hacia pastos más góticos y desarrollará, siempre acompañado por el don de una voz escalofriante, una música lenta, morosa y poética. Con la colaboración de colegas tan extraños como él, publica disco tras otro (su discografía es ingente) y pronto se convierte, como es de esperar, en el típico músico de culto que unos pocos tienen el orgullo de conocer. Todo un descubrimiento casual gracias al e-mule (algún día hablaré sobre el e-mule y el síndrome de Estocolmo) ese fantástico programa que te permite bajar cincuenta discos y borrar cuarenta y nueve. Por mi parte, me he reencontrado con la noche gracias al disco "Black ships ate the sky", el manifiesto de un alma musical multiforme que adopta las caras menos convencionales y que escapan de todas las etiquetas.

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